18 mar 2010

Crónica de la cumbre y contra-cumbre del COP15 en Copenhague


Aquí presentamos una crónica, algo tardía desde luego, pero no por ello menos necesaria, de la cumbre del clima que durante el pasado diciembre reunió a la mayoría de los líderes mundiales en la danesa ciudad de Copenhague. Los dicharacheros reporteros de “Abordaxe” nos brindan, con tres meses de retraso fruto de la pereza natural que los caracteriza, un extenso reportaje de lo allí acontecido, así como alguna que otra reflexión gratuita sobre el “movimiento antiglobalización” que no pudieron (ni quisieron) reprimir:


La cumbre del clima en Copenhague ha sido un rotundo fracaso en todos sus aspectos, por lo menos para aquellos que quisieran ver un mundo más justo y respetuoso de su entorno natural. Para los que quieren mantener intacto el actual sistema de depredación ambiental y avanzar por el camino de la represión social no podría haber sido un éxito mayor.
En el aspecto más reformista de conseguir acuerdos entre los líderes mundiales de turno que minimizaran los efectos del devastador rumbo del capitalismo ecocida (y digo minimizar pues ningún político que haya pisado jamás un parlamento se ha planteado seriamente el cambiarlo) el fracaso fue absoluto, porque más bien se ha retrocedido con respecto a los tímidos acuerdos, a todas luces insuficientes y escasamente vinculantes, suscritos durante el protocolo de Kyoto.
Desde el plano de los manifestantes y su contra-cumbre el panorama no pudo ser más desolador, pues, pese al relativo éxito en cuanto a asistencia de activistas (100.000 dicen por ahí, yo no los conté), el más leve intento de escenificar una conflictividad social ante tan esperpéntico teatro mediático fue reprimido con sobrecogedora eficacia. La actuación policial, tan incruenta como a la postre efectiva, fue capaz de dar una nueva vuelta de tuerca, si me apuráis un hito histórico, en el ya de por si perfeccionado mundo de las técnicas de control social.

Primero un poco de historia:
En 1995 tuvo lugar en Berlín la primera Conferencia de las Partes (COP por sus siglas en ingles) en la que los distintos países del mundo comienzan el debate acerca de las desastrosas consecuencias que conlleva el cambio climático.
Dos años mas tarde se desarrollará en Kyoto el COP3, donde por vez primera se toman acuerdos con respecto al control de las emisiones de dióxido de carbono de los 31 países más desarrollados. El tiempo de vigencia del llamado “protocolo de Kyoto” expira en el año 2012, que, a día de hoy, está a la vuelta de la esquina.
Aquellos acuerdos, que tantas expectativas suscitaron entre los cándidos integrantes de los movimientos sociales más reformistas, entraban en vigor en el 2005, sin embargo, nunca fueron ratificados por varios de los países firmantes (entre ellos EEUU que era y es el país más contaminante del planeta) por lo que quedaron reducidos a poco más que papel mojado y a pomposas declaraciones de buenas intenciones.
En las siguientes Conferencias de las Partes se sucedieron los debates de las medidas a adoptar para paliar los efectos del cambio climático: Se negociaron las cuotas de emisión de gases contaminantes ya aprobadas en Kyoto (una suerte de mercado global de la contaminación mediante el cual los países industrializados que superen su nivel de contaminación permitido solo tienen que comprarle los derechos de emisión a un país escasamente desarrollado). Se lanzaron propuestas de implementar sumideros de carbono (programa “REDD+”) a través de la creación de reservas biológicas en las que desarrollar planes de reforestación y conservación, que, en la práctica, no sería otra cosa que la compra, con dinero de los países más desarrollados, de extensos territorios en zonas de alto interés ecológico. Dichas reservas serían gestionados por empresas de tecnología “limpia” y ONG´s (o sea que los países más ricos adquirirían el control y propiedad de amplias zonas del planeta bajo la excusa de asegurar su conservación). También se negociaron los fondos que cada país destinaría a estos menesteres y quién debería de administrarlos (los países ricos abogan por el Banco Mundial y los pobres por la ONU).
Todas estas propuestas, desarrolladas y negociadas entre los diversos países a lo largo de ocho años y doce conferencias, eran las que pretendían suscribir, con un acuerdo que sustituyera al protocolo de Kyoto, en la conferencia de Copenhague.

El COP15 no alcanza ningún acuerdo:
La elección del Barack Obama como presidente de los EEUU había suscitado grandes expectativas en lo referente a un acuerdo que diera continuidad a los compromisos del COP3 (que, aún suscritos en su día por el presidente Clinton, George Bush siempre se negó a ratificar). Se pretendía, de ese modo, fijar el límite de las emisiones contaminantes en un punto que evitara un aumento de la temperatura global por encima de los 2ºC (temperatura que, ya de por sí, provocaría gravísimas consecuencias climáticas y horribles catástrofes naturales).
Por supuesto, cualquier expectativa depositada en el inquilino negro de la casa blanca, por muy demócrata que sea y por muy radical que pareciera, no han resultado si no cortinas de humo. Tras Obama se esconden los mismos intereses económicos que movían a Bush. Ni el color político, ni el color de la piel, podrán cambiar jamás que el presidente de EEUU no es más que un títere en manos de las multinacionales que lo auparon al poder. Y las multinacionales no estaban por la labor de que ningún acuerdo “ecológico” interfiriera en sus beneficios inmediatos.
Tampoco los países emergentes (Brasil, India y China) estaban por la labor de que se pusiera freno a su imparable ascenso hacia las más altas cimas del desarrollo. ¿Qué es la salud del planeta en que vivimos, pequeña bagatela, en comparación con el crecimiento de su economía?
Finalmente, y como no podía ser de otra manera, no se firmó ningún acuerdo. EEUU, China, India, Brasil y Sudáfrica acabaron negociando por su cuenta un documento (que deja en manos de cada país la reducción de emisiones, no establece plazo alguno y compromete menos fondos de los que previamente ya se daban por comprometidos), pretendiendo hacérselo tragar, sin previa negociación, al resto del mundo. Pese a que Europa acepto a regañadientes aquel despropósito de texto, 193 países se negaron a comulgar con semejantes ruedas de molino.
De aquella cumbre se salió con menos compromisos que con los que se había entrado. Los escasos acuerdos que se desprenden del texto presentado (que no aprobado) consolidan los mercados del carbono, ponen en venta las selvas tropicales (con la excusa de conservarlas) y subvencionan la ingeniería genética bajo la premisa de la transferencia de biotecnología a países en desarrollo. Mejor es nada.

Las protestas
El gobierno danés no estaba dispuesto, bajo ningún concepto, a que pudiese ser cuestionada su capacidad como anfitrión de una cumbre que reuniría a las más altas figuras de la política mundial. Casi todos los países del planeta estarían representados en la conferencia de Copenhague y no podían permitir que nada empañara tan señalado evento. Y mucho menos los grupos antisistema.
Tenían motivos para su paranoia preventiva. Hacía poco más de dos años del desalojo, en el número 69 de la calle Jagtveg, de la famosísima okupa “Ungdomshuset”. En aquella ocasión las fuerzas de seguridad de Copenhague quedaron en el más espantoso de los ridículos, desbordadas por la contundencia de los disturbios, sin más remedio que retroceder ante las piedras y los cócteles molotov de los “autónomos” que, emulando a sus antecesores de las décadas de los 70 y 80, pusieron en jaque al estado danés. Lograron mantener el envite, a lo largo de los meses, hasta conseguir una digna sucesora: la Overdrevet, la nueva Ungdomshuset. Por el camino fueron capaces de derribar la endeble coalición que gobernaba el ayuntamiento de Copenhague y calcinaron tantos coches de la policía, que esta se vio en la obligación de comprar una remesa de coches usados a sus colegas alemanes.
Pero en esta ocasión el gobierno de Dinamarca no permitiría que sucediera nada parecido, aunque para conseguirlo tuvieran que pisotear su orgullosa condición de estado puntero en cuanto a libertades civiles y convivencia democrática.
La represión debía ser quirúrgica, sin sangre ni huesos rotos, con el mínimo de violencia que mostrar por televisión a una población cada día más mojigata y adormecida. Pero debía ser efectiva, sin la más mínima concesión a las libertades individuales, la presunción de inocencia, la libertad de expresión y demás sutilezas del pasado. Una represión invisible pero eficaz, “amable” pero abrumadora, capaz de amputar cualquier conato de revuelta pero con la aséptica precisión del cirujano. Una represión, en definitiva, de guante blanco.
Una vez diseñada la estrategia, aprobaron en el parlamento los cambios en la legislación que la harían posible ¿Para que subordinar la actuación policial a las leyes vigentes pudiendo hacerlo al revés? Así que en Dinamarca quedó inaugurada la detención preventiva. Si un policía cree que alguien es sospechoso de tener intención de cometer un futuro delito, puede detenerlo durante doce horas sin mayor justificación, y aquí paz y después gloria. En caso de obstaculizar el trabajo policial la detención podría prolongarse hasta la friolera de 40 días de prisión. Con estas premisas y refuerzos policiales venidos de Alemania y Holanda, ya podían encarar la cumbre sin problema alguno.
En lo tocante a la contracumbre, las manifestaciones estuvieron convocadas por un amplio elenco de organizaciones, como ocurre siempre en estos casos, que abarcan todo el espectro de la izquierda (parlamentaria y sin parlamentarizar). Los mismos grupos reformistas que ya en los albores del “movimiento antiglobalización” se paseaban por Seattle o por Génova protestando contra el paro y la pobreza, se pasearon ahora por Copenhague extrañamente transmutados a un antidesarrollismo que diez años atrás muy pocos profesaban. Muchos de los grupos incluso habían sido invitados a la cumbre propiamente dicha (para darle un barniz social, claro está, no para hacerles ni puto caso) pero acabaron por quedarse descolgados, los problemas de agenda impidieron que salieran en la esquina de la foto de familia con el político de turno, así que, contrariados, se sumaron a las protestas.
La convocatoria que a mí, como anarquista, me pareció más apetecible y por la que nos pegamos una paliza de 3500 kilómetros para movernos hasta allí, fue la de “Never trust a COP” (juego de palabras entre “nunca creas a un policía” y “nunca creas a la conferencia de las partes”) que era la convocatoria de ideología más “autónoma”. Pretendía coordinar a aquellos grupos interesados en la práctica de la “acción directa” y se oponía abiertamente a cualquier acuerdo que pudiera ayudar a la refundación del capitalismo bajo una máscara ecologista. Para hacernos una idea, el final del comunicado rezaba algo así como: “Adelante las brigadas internacionales ¡Es guerra social, no caos climático!”. Probablemente era la única convocatoria cuya intención última no era la negociación con la clase política internacional si no su destrucción, y no precisamente para montar una nueva.
Los días previos a la realización de la cumbre, así como durante toda su duración, blindaron las fronteras con férreos controles policiales, tanto terrestres (por carretera desde Alemania) como marítimas (en los puertos desde los que parten los múltiples ferrys). En un alarde de europeísmo solidario sin parangón, fueron los alemanes los encargados de la vigilancia fronteriza, construyendo verdaderos campamentos policiales, en territorio germano, donde registrar a fondo a los sospechosos. Los ciudadanos comunitarios pudimos acceder a Dinamarca sin enseñar el pasaporte, así que la suspensión del tratado de Schenge, habitual en estos casos, solo fue parcial.
El 10 de diciembre, vísperas del inicio de la contracumbre, una gasolinera fue pasto de las llamas en la ciudad sueca de Lund, muy cerca de la frontera. “Este es un acto dirigido contra el espectáculo político del COP15. No vamos a dejar que las payasadas de la elite política nos distraigan de lo que sabemos que hay que hacer. (…)” El comunicado, que terminaba con un “Guerra social si, crisis socio-ecológica no.”, estaba encabezado por una pregunta que retaba abiertamente a los activistas más allá de la frontera. “Los del otro lado ¿estáis listos?”. Lamentablemente la respuesta resulto no estar a la altura.
La primera gran manifestación unitaria se llevó acabo el sábado 12 de diciembre. Según los grupos convocantes reunió a 100.000 personas, lo que, en su opinión, automáticamente la convirtió en todo un éxito. Yo opino que solo la policía puede colgarse medallas con respecto a ese día.
El black-block, conocedor como era de la intención policial de no pasar ni una, espero a que la manifestación estuviera en movimiento para corporizarse, como por arte de magia, en la retaguardia de la marcha. Estaría formado por unas mil personas por lo menos, y desde el principio quedó patente su intención de no responder solo con cánticos y buen rollito a la destrucción del planeta en el que nos ha tocado vivir. Desgraciadamente dichas intenciones no pudieron plasmarse más allá de un par de cristaleras rotas y alguna que otra papelera ardiendo, pues la policía tenía una emboscada prevista que ejecutó con asombrosa precisión. Cuando el bloque anticapitalista cruzó uno de los múltiples puentes que atraviesan los canales de Copenhague, a la altura de Amagerbrogade, un nutrido grupo policial cargó lateralmente contra los manifestantes. El black-block quedó dividido en tres partes: unos retrocedieron hacia el puente que acababan de cruzar, otros se apelotonaron contra el grueso de la manifestación, que les impedía el paso, y el grupo restante fue empujado hacia una calle lateral que, pese a que en un primer momento parecía estar expedita, pronto se comprobó que no era más que una encerrona con policías saliendo de todas las esquinas. Fragmentado el bloque antisistema, el impresionante dispositivo policial no tubo ningún problema en reducir los pequeños núcleos de disidentes y obligarlos a sentarse en el suelo, custodiados por inmensos policías vestidos de tal guisa que harían palidecer de envidia al mismísimo Robocop, y armados con porras, gases pimienta y perros amaestrados que no tenían ningún problema en azuzar contra quien no se sometiese a sus mandatos.
Aquellos anticapitalistas que consiguieron eludir la encerrona cruzaron barricadas y quemaron un coche de lujo en Christiania, enfrentándose a la policía. Allí se produjeron nuevas detenciones.
Finalmente se contabilizaron 900 detenidos, que fueron trasladados poco a poco al centro de detención de Valby (apodado cariñosamente como “el Guantánamo climático” por sus numerosos huéspedes). Los obvios problemas logísticos que planteó semejante movilización de prisioneros montados en autobuses (no solo policiales, si no también de la empresa “Arriva” y de las líneas urbanas locales) hizo que la mayoría de los arrestados se viesen en la obligación de permanecer largas horas a la intemperie, bajo un intenso frió, y sentados en una incomodísima posición (el de delante entre las piernas extendidas del de detrás y así sucesivamente; “el trenecito danés” le llamamos nosotros) y con las manos a la espalda sujetas con bridas.
En la concentración de protesta que se reunió frente al centro de detención aun se llevaron a cabo nuevos arrestos.
La mayoría de los detenidos salieron antes de las doce horas, pero aquellos que pudieron relacionar con algún objeto ilegal (martillos, petardos, frascos con combustible…), o aquellos que, en alguna de las numerosísimas grabaciones, aparecían haciendo algo que no les gustara a los policías (como por ejemplo dar supuestas ordenes a los demás o tirar alguna piedra), no tuvieron tanta suerte y fueron trasladados a otras comisarías en espera de juicio.
El resto de días que duró la cumbre se sucedieron espectáculos por el estilo. Si las fuerzas de seguridad tenían la más mínima sospecha de que algún acto pudiera desembocar en disturbios o, simplemente, si cualquier manifestación pacífica no les interesaba, o se acercaba a algún área de seguridad, cercaban a los asistentes, los sentaban en el suelo y comenzaban los arrestos. Las detenciones preventivas fueron constantes e indiscriminadas y las escasas protestas que permitieron que se desarrollasen con normalidad, fueron presentadas mediáticamente más como éxitos de los organizadores de la cumbre (por su pacifismo y su “buenrrollismo”) que como demostraciones de disensión.
Para el domingo estaba previsto un bloqueo del puerto comercial de Copenhague pero, como la policía confisco previamente la furgoneta en la que se llevaban las cizallas, cadenas y demás útiles imprescindibles para la acción, aquello no fue más que otra escabechina de detenciones. Igual suerte corrió la manifestación pacífica del miércoles 16, que pretendía acceder al Bella Center (donde se reunían los endomingados jerifaltes mundiales) cargando contra el dispositivo policial pero sin emplear la violencia. Los primeros cordones de manifestantes que empujaban las líneas de antidisturbios fueron gaseados sin piedad con spray de pimienta, mientras los que estaban más atrás, sin enterarse de nada, empujaban a la muchedumbre hacia el martirio. Finalmente la mayoría de la marcha fue rodeada y acabó sentada en el suelo con las manos atadas a la espalda.
La manifestación del lunes 14, en contra de las fronteras, no acabó del mismo modo que las demás, sin embargo lo más parecido a una desobediencia de las estrictas normas impuestas por la policía, fue la destrucción de un gigantesco globo terráqueo hinchable que se encontraba frente al ministerio de asuntos exteriores. El globo fue arrastrado por toda la plaza, con gran regocijo de los asistentes, hasta que la policía intervino con sus perros amaestrados (si, si, los de cuatro patas). Desde allí la marcha se retiró al barrio “libre” de Christiania (una suerte de parque temático jipi que algún día fue algo parecido a una comuna) donde se concluyó en medio de un impresionante dispositivo policial.
El único momento en que, efectivamente, se produjeron enfrentamientos entre policías y manifestantes fue en la noche del día 14, durante una fiesta musical convocada en el barrio okupado de Christiania. Allí se consiguió coger desprevenida a la policía, que no esperaba semejante reacción en lo que se preveía iba a ser una noche de juerga. Se cruzaron barricadas y arrojaron piedras, botellas y cócteles molotov sobre las fuerzas del orden que respondieron con cañones de agua y su famosa brigada K9 (la de los perros). Tras algo más de una hora de enfrentamientos la policía asaltó violentamente el barrio libre, realizando 200 detenciones que, tras largas horas de soportar la dura intemperie de la noche invernal danesa, terminarían por dar con sus huesos en la improvisada cárcel “climática” de Valby.

Conclusiones
Pese a lo que muchos medios contrainformativos se empeñaron en cacarear a los cuatro vientos, las protestas de Copenhague no fueron un éxito, si no más bien todo lo contrario. Si, había muchos manifestantes (no más, por cierto, que los que suelen acudir a cualquier protesta antiglobalización), pero no se consiguió escenificar una respuesta contundente de rebeldía contra semejante despropósito de cumbre, más bien demostramos estar a merced de los desmanes policíaco-legales orquestados por el poder. No conseguimos parecer rebeldes, si no mártires, incapaces del más leve gesto de desobediencia que no fuera inmediatamente aplastado por una represión abrumadora, realizada, por otro lado, con toda corrección y sin una gota de sangre.
Pensar que por el hecho de ser muchos en las protestas se ha conseguido un éxito, pese a haber sido duramente reprimidos, sería el equivalente a que los 193 países ninguneados por el tratado de Copenhague se sintieran orgullosos de ser mucho más numerosos que las cinco naciones poderosas que se repartieron el pastel.
Se ha generado, por cierto, un peligroso precedente: las detenciones masivas de carácter preventivo. Detener a casi mil personas en un día, tratarlos como si hubieran cometido algún delito, y soltarlos a las doce horas sin el más mínimo cargo constituye un novedoso sistema represivo sobre el que todos deberíamos reflexionar. Las posibilidades de control social que genera son como para ser tomadas en cuenta, por lo menos en Europa, en otros países menos acostumbrados a las “sutilezas” democráticas no les parecerá nada nuevo. No en vano dijo Ahmedinayad, presidente de Irán, al llegar a la conferencia de Copenhague que Irán y Dinamarca eran dos países muy democráticos, puesto que cuando la gente protesta, en ambos se detiene a todo el mundo.
¿Han quedado obsoletas las públicas demostraciones de fuerza de los antisistema frente a las desmesuradas respuestas represivas del poder? A muchos les encantaría afirmarlo. Asegurarán, no sin cierta razón, que acudir a este tipo de cumbres es presentar batalla en el terreno del enemigo, que este siempre nos estará esperando pertrechado con mejores medios y conocedor de nuestras intenciones.
Sin embargo yo quiero pensar que no, que nunca quedará obsoleta nuestra capacidad de representar una revuelta contra el poder allá donde este escenifique su dominio sobre la voluntad popular. Cierto es que nos estarán esperando, pero desengañémonos, esto siempre será así cuando pretendamos convocar una revuelta de tipo masivo. Siempre que consigamos reunir a un gran número de personas para enfrentarnos a sus cuerpos represivos ellos lo sabrán y aguardarán nuestros movimientos. A menos que confiemos solo en aquellas revueltas que se generan de manera espontánea. Pero esperar por estas últimas es basar nuestra actuación en el azar o en la incompetencia de nuestros enemigos y renunciar a la estrategia y a la planificación. Sería el equivalente a asumir nuestra absoluta incapacidad para levantarnos contra la opresión.
Este tipo de cumbres son los únicos lugares en los que podemos aspirar a enfrentarnos a las fuerzas represivas en una correlación de fuerzas minimamente ventajosa (de que otra forma podríamos juntar a más de mil personas dispuestas para la acción), y si de verdad fuésemos capaces de encontrar otro contexto de similar potencial, podemos estar seguros que las fuerzas represivas estarían, sin lugar a dudas, en idéntica disposición.
Por supuesto que deberemos sacar las oportunas conclusiones y actualizar, en consecuencia, nuestras tácticas y métodos. Se hace imprescindible mejorar las estrategias de lucha en base a las de nuestros enemigos. Pero me niego a dar únicamente por validas aquellas que contemplan exclusivamente la asimetría de la clandestinidad o la espontaneidad de las revueltas que surgen, sin previa preparación, de forma casual. Los compañeros griegos tienen mucho que enseñarnos a este respecto. No se trata tanto de la capacidad operativa del enemigo, como de nuestra voluntad firme de oponernos a el y de los métodos prácticos con que lo hagamos.
Sinceramente espero que la cumbre de Copenhague no sirva ni para inventarnos victorias que jamás existieron (salvo en la mente trasnochada de demasiados activistas “buenrollistas”), ni para justificar nuestra renuncia a cualquier actividad que implique una lucha más allá de nuestro pequeño grupito de afinidad; si no que nos permita aprender de nuestros errores, reconocer los nuevos escenarios que se perfilan en el campo represivo y diseñar las nuevas estrategias que nos permitan enfrentarnos de modo efectivo contra el poder.

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