30 ago 2011

A 87 años del asesinato de Sacco y Vanzetti

“Nunca pensamos en toda nuestra vida haber podido hacer tanto por la tolerancia, por la justicia, por el entendimiento entre los hombres, como hecho ahora por casualidad ¡¡¡ Nuestras palabras, nuestras vidas, nuestros dolores, no son nada !!!. Las vidas que nos quitan, vidas de un buen zapatero y de un pobre vendedor de pescado, eso es todo!. El último momento nos pertenece, la agonía es nuestro triunfo”.
Declaración de Bartolomeo Vanzetti luego de recibir la sentencia a muerte.
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“¡No hay justicia para los pobres en América!

…¡Oh, compañeros míos, continuad vuestra gran batalla! ¡Luchad por la gran causa de la libertad y de la justicia para todos! ¡Este horror debe terminar! Mi muerte ayudará a la gran causa de la humanidad. Muero como mueren todos los anarquistas, altivamente, protestando hasta lo último contra la injusticia…Por eso muero y estoy orgulloso de ello! No palidezco ni me avergüenzo de nada; mi espíritu es todavía fuerte. Voy a la muerte con una canción en los labios y una esperanza en mi corazón, que no será destruida…”
Nicola Sacco, ídem.

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Ferdinando Nicola Sacco (22 de abril de 1891 – 23 de agosto de 1927) y Bartolomeo Vanzetti (11 de junio de 1888 – 23 de agosto de 1927) eran dos inmigrantes italianos, trabajadores y anarquistas, que fueron juzgados, sentenciados y ejecutados por electrocución el 23 de agosto de 1927 en Massachusetts por el robo a mano armada y asesinato de dos personas en 1920 en South Braintree, Massachusetts.

Su controvertido juicio atrajo una enorme atención internacional, con críticos acusando al fiscal y al Juez Webster Thayer de conducta impropia, y de permitir que sentimientos anti-italianos, anti-inmigrantes y anti-anarquistas predispusieran al jurado.

Algunos prominentes americanos, tales como Felix Frankfurter y Upton Sinclair apoyaron públicamente a los comités ciudadanos de Sacco y Vanzetti en una oposición no exitosa al veredicto.

Las ejecuciones de Sacco y Vanzetti generaron protestas masivas en Nueva York, Londres, Ámsterdam y Tokyo, huelgas a través de Sudamérica y disturbios en París, Ginebra, Alemania y Johannesburgo.

La culpabilidad real de Sacco y Vanzetti aún es fuente de controversia. Pruebas relevantes obtenidas después del juicio sugieren la inocencia y crea dudas acerca del proceso judicial. Estas incluyen pruebas modernas de balística en la supuesta arma homicida, revelaciones de pruebas mal manejadas, testimonios retractados, una confesión de asesinato de otro conocido asaltante de bancos y declaraciones de múltiples individuos implicados en el caso.

El 23 de agosto de 1977, exactamente cincuenta años después de su ejecución, el Gobernador de Massachusetts, Michael Dukakis, publicó una proclamación declarando que Sacco y Vanzetti habían sido tratados injustamente y que “cualquier desgracia debería ser removida de sus nombres”.

A continuación reproducimos un texto de Howard Zinn en memoria de los trabajadores ejecutados injustamente un 23 de agosto de 1927, como castigo ejemplificador a todo el movimiento anarquista estadounidense y mundial.

Sacco y Vanzetti

Por Howard Zinn, coautor, junto con Anthony Arnove, de “Voices of a People’s History of the United States“.

Cincuenta años después de las ejecuciones de los inmigrantes italianos Sacco y Vanzetti, el Gobernador Dukakis de Massachusetts puso en marcha una comisión para analizar la limpieza del juicio, y la conclusión era que los dos hombres no habían tenido un juicio justo. Esto despertó una tormenta menor en Boston.

Una carta, firmada por John M. Cabot, embajador americano retirado, declaró su “gran indignación” y señaló que la confirmación de la pena de muerte por el Gobernador Fuller se hizo después de una revisión especial por “tres de los más distinguidos ciudadanos de Massachussets – el presidente de Harvard, Lowell, el Presidente del MIT, Stratton y la Juez jubilada Grant“.

Esos tres “distinguidos y respetados ciudadanos” fueron vistos de forma diferente por Heywood Broun que escribió inmediatamente en su columna para el New York World después de que la comisión del Gobernador hizo su informe:

“No todo prisionero tiene un Presidente de Harvard que aprieta el interruptor para él… Si éste es un linchamiento, por lo menos el vendedor ambulante de pescado y su amigo artesano pueden tener como consuelo para el alma que morirá a manos de hombres en traje de gala o con togas académicas.”

Heywood Broun, uno de los periodistas más distinguidos del siglo XX, no continuó como redactor para el New York World.

En el 50 aniversario de la ejecución, el New York Times informó que “los planes del Alcalde Beame para proclamar el siguiente martes el día de Sacco y Vanzetti se han cancelado, en un esfuerzo para evitar la controversia, según dijo ayer un portavoz del ayuntamiento”.

Debe haber una buena razón por la que un caso de hace 50 años, ahora de 75 (al momento de la redacción original de este texto), despierta tal emoción. Yo sugiero que es porque hablar sobre Sacco y Vanzetti plantea materias que nos preocupan hoy inevitablemente: nuestro sistema de justicia, la relación entre la fiebre por la guerra y las libertades civiles, y la mayor preocupación de todos, la idea de anarquismo: la eliminación de límites nacionales y por consiguiente de la guerra, la eliminación de la pobreza, y la creación de una democracia plena.

El caso de Sacco y Vanzetti reveló, en sus condiciones más severas, que las palabras nobles que se inscribieron sobre nuestros palacios de justicia, “Justicia Igual ante la Ley”, siempre han sido una mentira. Esos dos hombres, el vendedor ambulante de pescado y el zapatero, no podrían conseguir justicia en el sistema americano, porque la justicia no mide igual a pobres y a ricos, a nacionales o a extranjeros, al ortodoxo y al radical, al blanco y la persona de color. Y mientras la injusticia se da más sutilmente y de maneras más intrincadas hoy que en las circunstancias crudas de Sacco y Vanzetti, la esencia se mantiene igual.

En su caso, la injusticia era flagrante. Fueron juzgados por robo y asesinato, pero en las mentes, y en la conducta del fiscal, el juez, y el jurado, lo importante de ellos estaba en que eran, como Upton Sinclair señaló en su notable novela “Boston,”wops”, los extranjeros, trabajadores pobres, radicales.

Aquí va una muestra del interrogatorio policial:

Policía: ¿es usted un ciudadano?

Sacco: No.

Policía: ¿Usted es comunista?

Sacco: No.

Policía: ¿anarquista?

Sacco: No.

Policía: ¿Usted cree en nuestro gobierno?

Sacco: Sí; aunque algunas cosas me gustan diferentes.

¿Qué tenían estas preguntas que ver con el robo de una fábrica de zapatos en Braintree Sur, Massachusetts, y el tiroteo de un pagador y un guardia?

Sacco mentía, claro. No, yo no soy un comunista. No, yo no soy un anarquista. ¿Por qué mentir a la policía? ¿Por qué un judío mentiría a la Gestapo? ¿Por qué un negro en África del Sur mentiría a sus interrogadores? ¿Por qué un disidente en la Rusia soviética mentiría a la policía secreta? Porque todos saben que no hay justicia para ellos.

¿Ha habido justicia en el sistema americano para los pobres, la persona de color, el radical? Cuando se sentenciaron a los ocho anarquistas de Chicago a muerte después de los altercados de Haymarket de 1886, no era porque había alguna prueba de la conexión entre ellos y la bomba tirada en medio de la policía; no había ninguna evidencia. Era porque ellos eran líderes del movimiento anarquista en Chicago.

¿Cuándo Eugene Debs y mil otros fueron enviados a la prisión durante la Primera Guerra Mundial, bajo la Ley de Espionaje, fue porque ellos eran culpables de espionaje? Difícilmente. Eran socialistas que hablaron contra la guerra. Confirmando la sentencia de 10 años de Debs, el juez de la Suprema Corte de Justicia, Oliver Wendell Holmes, dijo claro por qué Debs debía ir a la prisión. Él citó del discurso de Debs: “La clase de los amos siempre ha declarado las guerras, la clase oprimida siempre ha luchado las batallas”.

Holmes, admirado como uno de nuestros grandes juristas liberales, dejó claro los límites del liberalismo, los límites puestos por un nacionalismo vindicativo. Después de que todas las apelaciones de Sacco y Vanzetti se agotaron, el caso llegó ante Holmes, cuando estaba en la Corte Suprema. Se negó a revisar el caso, mientras permitía que un veredicto así se mantuviera.

En nuestro tiempo, Ethel y Julius Rosenberg fueron enviados a la silla eléctrica. ¿Era porque ellos eran culpables más allá de una duda razonable de pasar los secretos atómicos a la Unión Soviética? ¿O era porque ellos eran comunistas, como el fiscal dejó claro, con la aprobación del juez? ¿Era porque el país estaba en medio de la histeria anti-comunista, los comunistas habían tomado el poder en China, había una guerra en Corea, y el peso de todo ello podía hacerse recaer en dos comunistas americanos?

¿Por qué George Jackson fue sentenciado a diez años en la prisión, en California, por un robo de 70 dólares, y después disparado a muerte por guardias? ¿Era porque él era pobre, negro y radical?

¿Puede un musulmán hoy, en la atmósfera de la “guerra del terror “, pedir igualdad de justicia ante la ley? ¿Por qué mi vecino de arriba, un brasileño de piel oscura que podría parecerse a un musulmán del medio oriente, fue sacado de su coche por la policía, aunque él no había violado ninguna norma, y fue interrogado y humillado?

¿Por qué de los dos millones de personas que están en las cárceles americanas y prisiones, y seis millones de personas bajo libertad provisional, o vigilancia, desproporcionadamente la mayoría son personas de color, y pobres? Un estudio mostró que el 70% de las personas en las prisiones estatales de Nueva York salieron de siete barrios donde reina la pobreza y la desesperación.

La injusticia de clase se produce todas las décadas, todos los siglos de nuestra historia. En medio del juicio de Sacco y Vanzetti, un hombre adinerado en el pueblo de Milton, al sur de Boston, disparó y mató a un hombre que estaba recogiendo leña en su propiedad. Se pasó ocho días en la cárcel, fue liberado bajo fianza, y no se le persiguió. El fiscal del distrito lo llamó “el homicidio justificable”. Una ley para los ricos, otra para los pobres -una característica persistente de nuestro sistema de justicia.

Pero ser pobre no era el crimen principal de Sacco y Vanzetti. Ellos eran italianos, inmigrantes, y anarquistas. Habían pasado menos de dos años del final de la Primera Guerra Mundial. Ellos habían protestado contra la guerra. Se habían negado a ser reclutados. Ellos vieron la montaña de histeria contra los radicales y extranjeros, observaron las correrías llevadas a cabo por los agentes del Fiscal General Palmer en el Departamento de Justicia, que irrumpían en casas en la mitad de la noche sin garantías para las personas incomunicadas.

En Boston se arrestaron 500 personas, fueron encadenados juntos, y marcharon a través de las calles. Luigi Galleani, editor del periódico anarquista Cronaca Sovversiva al que Sacco y Vanzetti se subscribieron, fue detenido en Boston y rápidamente deportado.

Algo más grave pasó. Un anarquista compañero de Sacco y Vanzetti, un tipógrafo llamado Andrea Salsedo que vivía en Nueva York fue secuestrado por los miembros del FBI (uso la palabra “secuestrado” para describir la detención ilegal de una persona), y retenido en la planta 14 de las oficinas del FBI del Edificio de Park Row. No le permitieron llamar a su familia, amigos, o a un abogado, y fue interrogado y agredido, según un prisionero compañero. Durante la octava semana de su encarcelamiento, el 3 de mayo de 1920, el cuerpo de Salsedo, fue encontrado en el pavimento cerca del Edificio de Park Row, y el FBI anunció que él se había suicidado saltando de la ventana de la habitación en que estaba custodiado. Fue dos días antes del arresto de Sacco y Vanzetti.

Hoy sabemos, como resultado de los informes del congreso en 1975, que por medio del programa FBI COINTELPRO, agentes del FBI irrumpían en casas y oficinas, llevaban a cabo escuchas telefónicas ilegales, estaban envueltos en actos de violencia al punto de asesinato, y colaboraron con la policía de Chicago en la matanza de dos líderes de los Panteras Negras en 1969. El FBI y la CIA han violado la ley una y otra vez. No hay ningún castigo para ellos.

Ha habido pocos motivos para tener fe que se protegerían las libertades civiles de las personas en este país en la atmósfera de histeria que siguió el 11 S y continúa hasta el momento. En casa ha habido redadas contra inmigrantes, detenciones indefinidas, deportaciones, y espionaje doméstico no autorizado. En el extranjero se han dado matanzas extra-judiciales, tortura, bombardeos, guerra, y ocupaciones militares.

Igualmente, el juicio de Sacco y Vanzetti empezó inmediatamente después del Día del Memorial, un año y un medio después de la orgía de muerte y patriotismo que fue la Primera Guerra Mundial, cuando los periódicos todavía vibraban con el ruido de tambores y la retórica patriotera.

A los doce días del juicio, la prensa informó que se habían repatriado los cuerpos de tres soldados de los campos de batalla de Francia a la ciudad de Brockton, y que el pueblo entero había participado en una ceremonia patriótica. Todo esto estaba en periódicos que los miembros del jurado podían leer.

Sacco fue interrogado por el fiscal Katzmann:

Pregunta: ¿Amaba usted este país en la última semana de mayo de 1917?

Sacco: Me es difícil responder en una sola palabra, Sr. Katzmann.

Pregunta: Hay dos palabras que usted puede usar, Sr. Sacco, sí o no. ¿Cual es?

Sacco: Sí

Pregunta: ¿Y para mostrar su amor por los Estados Unidos de América cuándo estaba a punto de ser llamado como soldado, usted corrió a México?

Al principio del juicio, el Juez Thayer (quién, hablando a un conocido en una partida de golf, se había referido a los demandados durante el juicio como “esos bastardos anarquistas”) dijo al jurado: “señores, ustedes han sido convocados para realizar con el mismo espíritu de patriotismo, valor, y devoción su deber como lo hicieron nuestros soldados”.

Las emociones evocadas por una bomba que explotó en la casa del Fiscal General Palmer en tiempo de guerra -como las emociones liberadas por la violencia del 11 S- crearon una atmósfera rara en la que se vieron comprometidas las libertades civiles.

Sacco y Vanzetti entendieron que los argumentos legales que sus abogados pudieran proponer no prevalecerían contra la realidad de la injusticia de clase. Sacco dijo a la corte, en la sentencia: “Yo sé que la sentencia estará entre dos clases, la clase oprimida y el clase rica…Es por eso por lo qué yo estoy aquí hoy en este banco, por ser de la clase oprimida”.

Ese punto de vista parece dogmático, simplista. No todas las decisiones de la corte se explican por él. Pero, faltando una teoría que explique todos los casos, el punto de vista de Sacco es ciertamente una mejor buena guía para entender el sistema legal que otro que asume una contienda entre iguales basada en la búsqueda objetiva de la verdad. Vanzetti supo que los argumentos legales no los salvarían. A menos que un millón de americanos se organizaran, él y su amigo Sacco morirían.

No palabras, sino lucha. No súplicas, sino demandas. No peticiones al gobernador, sino tomas de fábricas. No lubricar la maquinaria de un sistema supuestamente justo para hacerlo trabajar bien, sino una huelga general para llegar a parar las máquinas.

Eso nunca pasó. Miles se manifestaron, marcharon, protestaron, no sólo en Nueva York, Boston, Chicago, San Francisco, sino también en Londres, París, Buenos Aires o África del Sur. No era bastante. En la noche de su ejecución, miles se manifestaron en Charlestown, pero fueron mantenidos lejos de la prisión por una multitud de policía. Se arrestaron a los manifestantes. Había ametralladoras en las azoteas y grandes reflectores barriendo la escena. Una gran muchedumbre se congregó en Union Square el 23 de agosto de 1927.

Después de medianoche, las luces de la prisión oscurecieron y los dos hombres fueron electrocutados. El New York World describió la escena: “La muchedumbre respondió con un sollozo gigante. Las mujeres se desmayaron en quince o veinte lugares. Otros, también superados, se reprimieron y escondieron las cabezas entre sus manos. Los hombres se apoyaban unos en otros y lloraban”.

Su último crimen era su anarquismo, una idea que hoy todavía nos sobresalta como un relámpago debido a su verdad esencial: todos somos uno, los límites y los odios nacionales deben desaparecer, la guerra es intolerable, deben compartirse los frutos de la tierra, y sólo a través de la lucha organizada contra la autoridad, puede llegar un mundo así.

Lo que nos ha llegado a nosotros hoy del caso de Sacco y Vanzetti no es sólo tragedia, sino también inspiración. Su inglés no era perfecto, pero cuando ellos hablaron parecía poesía. Vanzetti dijo de su amigo Sacco:

“Sacco es un corazón, una fe, un carácter, un hombre; un amante del hombre de naturaleza y de la humanidad. Un hombre que dio todo, que sacrifica todo a la causa de libertad y a su amor por la humanidad: el dinero, el descanso, la ambición mundana, su propia esposa, sus niños, él y su propia vida…. Oh sí, yo puedo ser más inteligente, como algunos han dicho, yo soy mejor hablando que él, pero muchas, muchas veces, oyendo su corazón expresar una fe sublime, considerando su sacrificio supremo, recordando su heroísmo, yo me sentía pequeño, pequeño en presencia de su grandeza, y compelido a secar de mis ojos las lágrimas, apagar los latidos de mi corazón que late en mi garganta para no llorar ante él- este hombre fue llamado jefe, asesino y condenado.“

Lo peor de todo, eran anarquistas, lo que significa que tenían alguna noción loca de democracia plena en la que ni lo extranjero ni la pobreza existiría, y pensaban que sin estas provocaciones, la guerra entre las naciones acabaría para siempre. Pero para ello habría que luchar contra el rico y sus riquezas ser confiscadas. Ese ideal anarquista es un crimen mucho peor que robar una nómina, y por ello la historia de Sacco y Vanzetti no puede evocarse sin gran ansiedad.

Sacco escribió a su hijo Dante: “Así que, hijo, en lugar de llorar, sé fuerte, para poder confortar a tu madre… llévala de paseo por el campo, recogiendo flores salvajes aquí y allí, descansando bajo la sombra de los árboles… Pero siempre recuerda, Dante, en esta obra de felicidad, no uses todo para ti sólo…ayuda a los perseguidos y a las víctimas porque ellos son tus buenos amigos… En esta lucha por la vida, encontraras más amor y serás amado”.

Sí, era su anarquismo, su amor por la humanidad que los condenó. Cuando Vanzetti fue arrestado, él tenía una octavilla en bolsillo anunciando un mitin cinco días después. Es una hoja impresa que podría distribuirse hoy, por el mundo, tan apropiado ahora como lo era el día de su arresto. Decía:

“Has luchado en todas las guerras. Has trabajado para todos los capitalistas. Has vagado por todos los países. ¿Has recogido la mies y los frutos de tu trabajo, el precio de tus victorias? ¿El pasado te conforta? ¿El presente te sonríe? ¿El futuro te promete algo? ¿Has encontrado un trozo de tierra dónde puedes vivir y puedes morir como un ser humano? Sobre estas preguntas, estos argumentos, y estos temas, la lucha por la existencia, hablará Bartolomeo Vanzetti.”

Ese mitin no tuvo lugar. Pero su espíritu todavía existe hoy en las personas que creen, aman y se esfuerzan en todo el mundo.

Por Howard Zinn

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